FRANKESTEIN

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FRANKESTEIN
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Apreciado Francisco Javier:
Le envío este artículo, muy diferente de todos los demás. De nuevo dejo a su criterio publicarlo o no. Si encuentra algún error o defecto en este escrito le pido el favor de enmendarlo. Cordialmente,
Rafael Isaza González

FRANKESTEIN


El doctor Víctor Frankestein desde muy joven sintió gran curiosidad por conocer el origen de la vida, para ello comenzó por estudiar la muerte. Después de extenuantes jornadas de trabajo, aprendió a dar vida a la materia inerte; fue así como creó un ser de proporciones mayores a las de un hombre corriente, y con fuerzas muy superiores a éste.

Tal vez no sobra mencionar que en su empeño por descubrir como trasmitir vida a un cuerpo inanimado, su salud sufrió severos quebrantos, su rostro antes lozano se tornó de una gran palidez, sus fuerzas físicas lo abandonaron y más de una ocasión pensó que había perdido la razón.

El nuevo ser comenzó a moverse de manera torpe, casi graciosa y a murmurar algunos sonidos que al principio fueron incomprensibles. Fue entonces cuando se dio cuenta que su curiosidad lo llevó demasiado lejos y que en adelante tendría que luchar con el monstruo que había creado.

Las páginas del libro en el cual se narra esta leyenda se leen de la primera hasta la última, no solo con curiosidad, sino con admiración por lo bien escritas. Causa tristeza saber que al final el monstruo destruyó no solo la familia de quien le dio la vida, sino a sus seres más queridos y por último a él.

Es posible que a más de uno le resulte grotesco el argumento principal de esta obra, sin embargo, debo confesar que mientras más repaso sus páginas, más real lo encuentro. Basta traer a la memoria los nombres de tantas personas, unas más cercanas que otras, que quizás sin proponérselo, le infundieron vida a criaturas, más fuertes y despiadadas que el personaje del doctor Frankestein.

Cuantos jóvenes llenos de ilusiones, por curiosidad, buscaron en la droga disfrutar de mayores placeres, que si bien en un principio, les hizo sentir un mundo más lleno de luz y colorido, al final sus mentes se apagaron, sin que pudieran de nuevo disfrutar el canto de los pájaros, la belleza de las flores, ni comprender el dolor de los suyos.

Cuántos hombres con una familia ejemplar, también por curiosidad, se complacieron en otros brazos, los del sexo débil, que poco a poco los dejaron sin resuello. Otros más se ahogaron en el alcohol pretendiendo acrecentar la felicidad o aminorar las penas, y mientras más alumbrados regresaban al hogar, más oscuridad llevaron a los suyos.

No solo quienes se convirtieron en esclavos de la droga y el licor, dieron vida a seres que los devoraron; hay muchos más, por ejemplo, el avaro que siempre muere pobre; el soberbio que termina despreciado por todos; el resentido o el que siente odio, pues solo ellos sufren, los demás no.

Sin ir más lejos, los que hasta hace poco dispusieron con crueldad de la vida de miles de personas inocentes, admirados por unos y temidos por otros, con fortunas mal habidas que les proporcionaron toda clase de lujos y extravagancias. Hoy, unos están en el cementerio, otros en una celda de unos pocos metros, sintiendo a cada instante la presencia del engendro que concibieron. Y los que aún faltan, nunca más podrán encontrar un lugar seguro, pues tarde que temprano, el monstruo al que le dieron vida, será su principal verdugo.

Por falta de espacio dejo al lector meditar sobre el caso de los que llegaron al Congreso con la ayuda de los nuevos Frankestein.

Medellín, 21 de Mayo de 2008