UNA VIDA

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UNA VIDA

 

Amable lector.  Recordaba estos días la vida de Helen Keller, nacida en el año de 1.880 en un pueblo de Alabama.  Pocos meses después de cumplir el primer año de vida contrajo una enfermedad que la dejó ciega, sorda y muda.  Cuando tuvo conciencia de sus limitaciones se propuso ser igual a los demás. Tras largas jornadas de trabajo y superar enormes dificultades, aprendió a emitir algunos sonidos y más tarde, aplicando sus dedos sobre los labios de quien hablaba, a comprender lo que decía.  Así pudo escuchar la preciosa voz de Enrico Caruso.

 

Cuando sintió que podía ayudar a los demás, en especial a quienes habían perdido la visión, se dedicó por completo a servir a las gentes de distintas regiones del mundo.  Escribió varios libros en el sistema braille, y fue un ejemplo de superación, no solo para los que carecen de uno o varios de los sentidos, sino de aquellos que lo tienen todo.

 

Por curiosidad, ocho décadas después de su nacimiento comenzaron a llegar las primeras computadoras al país.   A partir de esa época fue posible realizar miles de operaciones en unos pocos minutos; también a conservar en medios magnéticos, extensos archivos con toda clase de datos e informaciones.  Las tablas de logaritmos, la regla de cálculo y calculadoras manuales, a partir de entonces, fueron piezas de museo. 

 

Por esa misma época, se hizo obligatorio para las empresas y empleadores, efectuar los aportes de pensiones al ISS, para que esa entidad atendiera más tarde el pago de las pensiones de vejez.  A pesar de que un buen número de quienes manejaron esta entidad, no fueron ciegos, sordos ni mudos, pero si mal administradores, al final es el Estado, quien en buena parte, debe cancelar las mesadas pensionales.  De otra parte, aunque usted no lo crea, aquellos que han cumplido con la edad y número de cotizaciones son los obligados a  demostrar que los aportes se hicieron a su debido tiempo (30 o más años atrás)

 

Día a día, se observan a cientos de personas, algunas de ellas con una salud en franco deterioro, luchando por conseguir el pago de una pensión mínima.  Muchos deben esperar uno, dos o más años para que se les reconozca este derecho.  Es evidente la poca ayuda que han prestado los computadores.  También es claro, que los funcionarios, en lugar de colaborar, están convencidos que su labor es hacer más difícil el pago de las pensión de jubilación. En contraste con lo anterior es preciso señalar que existen bienaventurados que disfrutan de jugosas pensiones, que según parece, no pueden ser conocidas por el resto de colombianos.

 

Esta dura realidad que deben soportar las personas de la denominada tercera edad, y que según nuestra Constitución Política, el Estado debe protegerlas, la verdad es que, a nadie en el alto gobierno, le importa el martirio a que son sometidas.  Y lo peor de todo, es que no existe voluntad para arreglar un problema, que en la mayoría de los casos, es de fácil solución.

 

Es difícil comprender que no haya un solo funcionario que se preocupe de algo tan insulso como ayudar a un viejo.  Es por ello que le pido al lector elevar una oración por la señora Helen Keller, pues quienes administran las cosas del Estado, están convencidos que con sus buenas obras, también ocuparán destacadas posiciones en el cielo, después de disfrutar una morrocotuda pensión de vejez.

 

Medellín, agosto 21 de 2012

 

 

 

Rafael Isaza González