UNA LECCION

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UNA LECCION

 

Amable lector.  Deseo compartir con usted la invitación que me hizo un amigo para conocer una escuela, pobre como todas las de las regiones olvidadas de este país.  El maestro iba a iniciar su clase, se detuvo unos minutos para saludarnos.  De manera espontanea nos manifestó que era maestro por vocación y que solo anhelaba ayudar a sus alumnos para ser hombres de bien.

 

Le pedimos su consentimiento para quedarnos un rato mientras dictaba la clase.  Nos respondió con humildad que sus conocimientos eran muy limitados y sentía vergüenza de no tener la suficiente ilustración para trasmitir sus ideas.

 

Nos sentamos en unos desvencijados taburetes.  Los niños nos miraban con sorpresa, pero cuando observamos la pequeña mesa del profesor en la que había un libro y una vieja escopeta, nuestro asombro fue mayor que la de los alumnos.

 

Con voz pausada pero firme comenzó diciendo este libro es un código que contiene los principios básicos de la ley.  Todos nosotros debemos obedecerla y quienes obren mal serán castigados por los jueces.  En sus páginas encuentran la guía que los orienta para que sus sentencias sean justas.

 

Esta arma, es la única forma de garantizar el orden público, valga decir, que todos respetemos la ley.  El ejército es quien debe tener su control y hacer uso de ellas cuando las circunstancias lo exijan.  Después de un breve silencio continuo diciendo, si las armas se emplean indebidamente se causa un gran daño, pero cuando los códigos se aplican sin consultar la justicia, se hace un daño mucho mayor. 

 

Los jóvenes que me escuchan deben saber que ni los códigos ni las armas son malos, por el contrario, los primeros son buenos y las segundas necesarias.  Los malos pueden ser los jueces que cambian sus fallos por dinero o porque obran con resentimiento.  También lo son los militares cuando abusan de la fuerza que dan las armas.

 

La semana anterior la Corte Constitucional declaró inconstitucional el Fuero Militar, según el cual los militares, que por una u otra razón, se equivoquen o abusen en el ejercicio de sus funciones, no podrán ser juzgados en adelante por los tribunales militares sino por los jueces ordinarios, que con frecuencia los miran con desdén, por no decir, con prevención. 

 

Luego agregó que desde los albores de nuestra independencia ha existido una rivalidad entre el poder civil y militar.  Bolívar fue ante todo un militar que gracias a su gesta heroica,  luchando contra propios y extraños, nos dio la libertad.  En pago de ello recibió el desprecio, la burla y el destierro, en buena parte orquestada por los hombres que eran dueños de los códigos, aunque es preciso agregar al general Páez y otros personajes de la tierra que lo vio nacer. 

 

Para terminar, quiero contarles que cuando era niño, mi padre y otros miembros de la familia fueron decapitados por la guerrilla.  Aún recuerdo que mientras blandían los machetes, gritaban llenos de jubilo cada vez que caían los cuerpos sin vida.  Yo los he perdonado, pero me resisto a creer que el Estado lo pueda hacer, pues sería el mayor ultraje a la justicia.

 

Si mañana, tienen en sus manos un código o un fusil, hagan un buen uso de ellos, pero recuerden que la justicia no es una mercancía que tiene precio y por lo tanto, no se puede negociar.  Me inclino por pensar que la llamada justicia transicional es una burla.

 

Medellín, 1 de Noviembre de 2013

 

 

Rafael Isaza González